Ricochets de «Antología de la lírica griega» o Pinches griegos (Traducción literal, sonora y yuxtapuesta de Bonifaz Nuño)

No se pierda en el orden, hállese.

Calino

¿Hasta cuándo yaceréis? ¿Cuándo tendréis el alma valiente, oh nuevos? ¿No sentís, de los vecinos, miedo, así en exceso dejándoos? En paz estimáis encontraros; con todo eso, la guerra tiene la tierra toda, […] y sus dardos, por último, alguien muriendo arroja.

Mimnermo

[…] mas poco tiempo dura, como al igual el sueño, la juventud preciada; y, pesarosa y deforme, de pronto la vejez en la cabeza cae, odiosa e indigna, que pone no conocible al hombre, y los ojos le daña y su alma esparce en torno.

Solón

Si sufristeis, pues, cosas dolorosas por vuestras inepcias, no de tal a los dioses atribuyáis la culpa; vosotros mismos, dándoles resguardo, endurasteis a aquéllos, y por esto tenéis la servidumbre odiosa.

Por sí, cada uno de vosotros anda con pasos de zorra; mas en vosotros juntos hay una mente hueca.

Pues a la lengua y las palabras miráis del hombre taimado, mas no os volvéis a ver las obras que se hacen.

Feliz quien tiene niños queridos y caballos solípedos y perros cazadores y, forastero, un huésped.

Breve, a los ciudadanos el tiempo mostrará mi locura; la mostrará, si en medio es la verdad llevada.

[…] y envejezco aprendiendo sin tregua muchas cosas.

Focílides

¿Qué ventaja es nacer bien nacido a quien ni en palabras ni en consejo acompaña la gracia?

De estos cuatro, han nacido las razas de mujeres: una, del perro; de la abeja, otra; otra, del puerco feroz; una, del caballo crinado; ligera ésta, rápida, da vueltas de forma excelente; la del puerco feroz, en verdad no mala ni buena; la del perro, difícil e inculta; la de la abeja, económica y hábil, y a trabajar se compele; de ésta implora, amigo querido, lograr la boda anhelable.

Muchos, en verdad, estiman ser hombres sapientes porque avanzan con orden, siendo, empero, de mente ligera.

De noche medita; pues de noche más aguda es la mente a los hombres, y a quien busca la virtud, la calma es propicia.

Teognis

Yo, en verdad, las alas te di con que sobre el ponto infinito vueles, y sobre toda la tierra levantándote fácilmente; y en los banquetes todos y fiestas, presente estarías, en bocas de muchos encontrándote,  y con flautas de agudo sonido los jóvenes hombres amables con decoro, lo bello y lo armonioso te cantarían; y cuando de la tierra a los antros sombríos, a las luctuosas casas de Hades hubieras ido, ni aun entonces, ni muerto, la gloria perderás; mas durando en las gentes, tendrás siempre sin muerte el nombre. […] Para todos, pues, que recuerdan y que vendrán, en el canto serás lo mismo, en tanto que tierra y sol existan. En cambio, yo no consigo de ti un pequeño respeto, mas como a parvo niñoo me engañas con palabras.

Más que todo, la pobreza al hombre bueno rebaja: que la vejez canosa y que la fiebre. Y es preciso, de la pobreza huyendo, en el ponto profundo precipitarse, y a lo alto de las rocas.

De todas las cosas, no nacer, para los hombres, la óptima, y nunca columbrar del raudo sol los rayos. O, habiendo nacido, cuanto antes probar las puertas del Hades y reposar tendido con mucha tierra encima.

Arquíloco

En la lanza, tengo el pan amasado; en la lanza, el ismárico vino; en la lanza apuntalado, bebo.

Nadie, muerto, venerable pasa entre los ciudadanos, ni famoso. Del viviente, más la gracia perseguimos los vivientes. Mal le pasa sin cesar a quien ha muerto.

Alma, mi alma: por cuidados inflexibles conturbada, álzate de pie, y protégete de enemigos, oponiendo al frente el pecho, a emboscadas de los hostes, cerca erguida con firmeza. Y venciendo, no te glories claramente, y vencida, noo te duelas abatiéndote en tu casa. Mas disfruta lo gozable de los males no te duelas en exceso, y a los hombres que razón conduce, aprende.

No amo un comandante grande ni que marche a grandes pasos, ni soberbio por sus rizos ni afeitado al ras el cutis; pero tenga uno pequeño yo; de piernas, para verse, torcido; que firme avance en sus pies, pleno de ánimo.

Hipónax

A ti, el por dios tundido, ¿qué cortaombligos te fregó y te lavó mientras brincoteabas?

Safo

Ven a mí ahora, y suéltame de graves cuitas, y cumple, para mí, todo eso que el alma anhela que se cumpla, y séme, tú misma, aliada.

[…] y sudor se me esparce, y me acomete toda uun temblor, y verde más que hierba soy, y distante poco de haber  muerto parezco, Agálide.

Yacerás muerta, y no más, tuyo, recuerdo algunoo ha de haber nunca en lo futuro;  pues no partícipe de pierias rosas, mas invisible y en la morada de Hades, hundiéndote, vagarás entre oscuras sombras.

Se pusieron, pues, la luna y las Pléyades. Y medias noches. Y resbala el tiempo. Y yo estoy sola acostada.

No sé qué decidir: dos, para mí, las mentes.

Y en sus ojos el negro  letargo de la noche.

Anacreonte

Morir me sea dado, pues no otra alguna liberación fue dada de estos afanes.

Estesícoro

No es verdadero este cuento: ni fuiste en las naves de buenos bancos, ni llegaste a las torres de Troya.

Simónides de Ceos

Pues eres hombre, no digas nunca que habrá mañana, ni viendo un hombre feliz, por cuánto tiempo ha de serlo. Porque ni el cambio de la mosca de alas tendidas es tan veloz.

[…] también innumerables aves volaban sobre su cabeza, y derechos los peces, del mar oscuro, por el bello canto se lanzaban.

Para los hombres no existe el mal inesperado; y en breve tiempo el dios lo desordena todo.

¿Cuál pues, sin el placer, vida de los mortales querible, o qué dominio? Sin aquél, ni envidiable la edad es de los dioses.

«Nada» de Margaret Atwood (traduje yo)

Nada como el amor para devolverle la sangre

al lenguaje,

la diferencia entre la playa y sus

discretas rocas y astillas, la dura

cuneiforme y la suave cursiva

de las olas; agua de hueso y hueva, desierto

y marisma, un pulso verde

salido de la muerte.

Las vocales turgentes

como labios o dedos húmedos,  dedos

que circundan estos

guijarros que se ablandan como piel.

El cielo no está vacío y allá, sino cerca

ante tus ojos, fundido, tan cerca

que puedes probarlo. Sabe a

sal. Lo que te toca

es lo que tocas.

Falsas señales

«¿Qué sentido tiene todo esto?»
Nadie escuchó.
Alguien mencionó una señal
a esperar.

“Alguien debe talar estos árboles”.
Dije una mañana.

(Rostros falsos, falsos corazones)

Los observo y reúno
parcos pensamientos
para no dudar cómo
he de colocarlos en
hombres bien intencionados.

No es, señores, que me esconda de mi misma,
a veces intento rezar en el desayuno,
pero termino hablando con reflejos
como si pudiese convertirme en algo más que esto:
una fotografía mutilada con una playera manchada,

no una infancia,
no una palabra,
no mi respiración ahogada.

Algunas partes de mi cuerpo revelan su devenir,
y no pienso o digo o trato de nombrar cuáles.
El mundo médico dice que no debería sentir,
pero he aprendido a sentirme sola.

Recuerdo bien mi primera salvajada,
nunca fui más fuerte.

La verdad, he vivido una vida promedio,
una de gran ligereza.
A pesar de esta inconsecuencia
me preocupa el fin que se acerca,

–cada atardecer duele–.

El signo de cada día marca un final.
Mi cumpleaños.
Un domingo.

Mi mente ya ha cedido a las fantasías,
son gratuitas.

«Dulce et decorum est» de Wilfred Owen (traduje yo)

Encorvados como mendigos bajo costales,

Patizambos, tosiendo como viejas brujas, maldijimos en el fango,

Dimos la espalda hasta que comenzó el asedio de las bengalas

Y marchamos lamentables hacia el lejano reposo.

Los hombres marchaban dormidos. Muchos perdieron sus botas,

Pero cojeaban a calza de sangre, todos sosos; todos ciegos;

Ebrios de cansancio; sordos incluso del ulular del

Proyectil que caía suave a sus espaldas.

 

¡Gas! ¡Gas! ¡Rápido, muchachos! –Un éxtasis de torpeza

Para ponerse el casco justo a tiempo,

Pero alguien aún gritaba y tropezaba

Y trastabillaba como un hombre en fuego o en cal viva.–

Opacado por la niebla del cristal y la luz espesa,

Como debajo del un mar verde, lo vi ahogarse.

 

En todos mis sueños, frente a mis ojos impotentes,

Se hunde ante mí, tragando agua, asfixiándose, ahogándose.

 

Si en algún sueño sofocante pudiste andar

Tras la carreta en la que lo arrojamos,

Y ver los ojos blancos retorciéndose en su rostro,

Su cara colgante, como un diablo enfermo de pecado;

Si pudieras escuchar, en cada susto, las gárgaras

De sangre espumando desde los pulmones,

Obscena como el cáncer, amarga como el vómito

En lenguas inocentes llenas de llagas viles e incurables,-

 

Amigo mío, jamás les dirías con tanto júbilo

A los niños fervientes por una gloria desesperada

La vieja mentira: Dulce et decourm est

Pro patria mori.

Las colinas de Samuel Beckett (traduje yo)

Las colinas

los días de verano en las colinas

mano en mano

una amando

una amada

ya la noche

la cabaña

 

no pensar

sin pensar en

bajo el sol

mano en mano

una amando

la otra amada

noche anterior

sin pensar

 

así hasta el acantilado

el borde

mano en mano

mirando

la espuma

no más

el borde

la espuma

 

sin habla

sin hablar del

bajo el sol

mano en mano

hasta el borde

sin hablar de

la noche

en la cabaña

 

el puente

noche invernal

viento

nieve

mirando

la crecida

espumando en

la crecida negra espumando

 

sin pensar

mirando

crecida inútil

espumando en

noche invernal

viento

nieve

inútil

 

luz

de la orilla

farol

aluza la espuma

la nieve

débil enciende

la espuma

la nieve.

Dos poemas de Stephen Crane (traduje yo)

III

En el desierto

vi a una criatura desnuda, bestial;

arrodillada en el suelo,

sostenía su corazón en las manos,

se lo comía a mordidas.

«¿Sabe bien, amigo?» pregunté.

«Es amargo -amargo.» me dijo;

«Pero me gusta

por amargo,

y porque es mi corazón.»

 

XXIV

Vi a un hombre perseguir el horizonte;

acelerando, dando vueltas y vueltas.

Me inquietó,

lo abordé.

«Es inútil.» Dije,

«nunca podrás…»

«Mientes.» gritó,

y siguió corriendo.