El amor, como el significado, está afuera en un camino abierto, pero como la poesía, es complicado. Debido a sus varias estaciones exige talento, aguante y habilidosas formulaciones. No basta con amar, porque amar es uno de los actos de magia de la naturaleza, como la lluvia y el trueno. Te saca de ti mismo para llevarte a la órbita del otro y luego tienes que arreglártelas tú solo. No basta con amar, hay que saber cómo amar. ¿Sabes cómo? No puedes responder, porque no puedes revivir los estados de éxtasis que te sacudieron y te desparramaron por la invasión de las lilas, que te electrificaron y te torturaron con el ardiente sabor a miel. No puedes recordar l as formas más animadas y dulces de la muerte; cuando tu yo te dejó por tu mujer, y te encontraste a ti mismo, fresco como fruta madura, en ella.
Cuando los recordamos con palabras, esos momentos son impermeables al intento de elevar el cuerpo a la estación del alma. Quién de nosotros no le ha dicho a su mujer: «yo sólo existo en ti» y dijo la verdad. También decíamos la verdad cuando vimos nuestra existencia en una enunciación similar en un lugar distinto. ¿Entonces, sabes cómo amar? No puedes responder, quizás porque no notaste los sutiles cambios en la atmósfera cuando viajabas de polo a polo: amor y pasión, arrebato e infatuación, ardor y cariño, debilidad y devoción, amor abrasador y amor desconcertante, compulsión y capricho, coqueteo y deseo, añoranza y lujuria, admiración y atracción, y otros deseos en busca de los sentidos. En cada estación el cuerpo tiene un cierto estado, y para cada estado hay una estación entre la muerte y la vida. Así que nunca sabes dónde ni cómo estás.
Pero cuando revisas tu vida, como un marinero que tiene presente su propio fracaso ante los insondables secretos del mar, te preguntas: ¿Dónde está mi puerto? No sabes ni cómo fue que tu corazón regresó entero y a salvo, como un membrillo que aún es muy duro de roer. ¿Entonces, por qué lloraste cuando la virgen bajo el árbol dejó de ser virgen cuando uno de los que doma el viento te ganó a llegar a ella? ¿Por qué lloraste de nuevo, cuando la segunda no te abrió la puerta mientras estabas parado en el frío glacial temblando de humillación, no del frío que encendía tu horno? ¿Y por qué lloraste la tercera vez, cuando la tercera se fue sin darse cuenta de que estabas abrazando una almohada, no un cuerpo de seda y plumas de avestruz?
No existe el amor, me dijiste, porque ningún amor es como cualquier otro. El jalón magnético que arranca a un ser de su ser no puede ser definido. Es tan enérgico que nunca se pregunta por su espíritu mientras está en el exilio, tampoco por su libertad cuando ha caído en la esclavitud voluntaria:¡Soy tuya! Con un mechón de pelo descarriado por el viento las montañas se mueven. Dos labios entreabiertos maduran los cerezos antes de tiempo. Basta una palabra sin significado, y su interpretación te corona reina en un trono de polvo.
Como si te hubieran electrocutado, uno camina sin rumbo, a la deriva junto con las hojas que caen. La tormenta y tus emociones te marean y uno las marea. No sabes si estás feliz o triste, porque lo que te confunde es la ligereza de la tierra y la victoria del corazón sobre la cabeza. Después aprenderás que el amor, tu amor, es sólo el principio del amor. En el principio del amor estás lista, como un instrumento musical, para componer siguiendo los dictados del aire. Cada brisa es una nota musical y cada silencio una oración de gratitud.
También estas lista para el reconocimiento nocturno de cada sonido que percibes desde la morada de las estrellas. Así que prolongas ese principio, el principio del amor, para que la imaginación se someta ante ti como un caballo a su jinete. De modo que el lenguaje te conquistará y tu a él, como un hombre y una mujer que, con la generosidad de su mutua obediencia, se aceleran para saludar a lo desconocido.
En el principio del amor, todos los inicios se arremolinan sobre uno, gran dilema. El apogeo del amor lo vives, lo olvidas, te olvida y te hace olvidar los principios. Al final del amor te quedas mirando el reloj por largo tiempo. En su ausencia, los principios encuentran los dolores residuales de la habitación: no tomarse una segunda copa de vino, un chal azul perdido. El poema se llena de elementos perdidos, y cuando lo terminas con la inconclusión que da pie a otro poema, estás curado de recuerdos y remordimientos. El oro de tus actos no se oxida. Como si escribir fuera, como el amor, el retoño de una nube. Cuando lo tocas, se derrite. Como si enunciarlo fuera solamente un esfuerzo para compensar una pérdida. Ahí se revela la imagen del amor; en una ausencia profundamente presente.
Y cuando das el paso fuera de ti misma, como si tú fueras tú, te ves a ti misma desde una distancia como si tú fueras él: parado bajo la lluvia en una calle llena de peatones, un ramo de rosas rojas en la mano. No sientes el frío desde esa peculiar postura, sientes el escalofrío de la burla y te preguntas: ¿Fue amor, pasión o lujuria? Y olvidas tu emoción. La olvidas y no vuelves a buscarla. Ya no estas herida o pesarosa. Sencillamente te despides de ella a la distancia mientras se aleja hacia una memoria remota que ya no te dejará sin dormir. Un recuerdo que controlas como si fuera un dispositivo: colocas el final en el principio, o congelas la imagen de acuerdo a los deseos de tu corazón mercúrico.
Te ríes apenada, pues las palabras que usaste para elogiar el deseo fueron tan excesivas que ellas mismas lo consumieron. Un deseo que empieza por un par de pies esculpidos por una astilla de sol, pasando a ser dos piernas hábilmente moldeadas desde donde parpadean los relámpagos hasta las rodillas que eran milagros certificados. Más arriba: donde cae el vientre. Más alto aún: la puesta de sol te absorbe gradualmente con una voracidad noble y tímida. Te acercas y te retiras, te elevas y caes, sudas, gimes, y te ahogas en una noche encantadora y sensualmente oscura. Las manos de ella, o quizás las tuyas, se juntan para cargar el águila que se desvanece en un cielo que gotea estrellas. Das un vistazo a sus ojos entreabiertos que están dando un vistazo a tus ojos entreabiertos. Cada uno quiere estar seguro de estar brotando dentro del otro.
Pero nadie hace de una cumbre su morada. Ambos resbalan juntos desde el más alto cielo hasta una somnolencia cubierta de rocío. Ambos murmuran en el silencio que comparten sin decir nada, pero ese susurro es más lúcido que nada. Sueñan juntos y separados con que ese abrazo durará para siempre, hasta que se dan cuenta de que «para siempre» vive muy poco, y que la eternidad no necesita de nadie. A menudo circula, cambia de un momento a otro y de un estado a otro.
Tú, que sólo conoces el amor cuando estás enamorado, no preguntes lo que es. Cuando una mujer te preguntó si estabas enamorado del amor en sí mismo, fuiste evasivo y escapaste contestando: Te amo a ti. Ella insistió: ¿No amas al amor? Dijiste: Te amo a ti, por ti. Te dejó, porque no podía confiarte su ausencia. El amor no es una idea. Es una emoción que puede enfriarse o calentarse. Viene y va. Es un sentimiento con cuerpo y tiene cinco o más sentidos. A veces aparece como un ángel de alas delicadas capaz de desprendernos de la tierra. A veces se abalanza como un toro, nos zangolotea en el suelo y se va. Otras veces es como una tormenta que sólo reconocemos por sus devastadoras secuelas. A veces nos cae encima como el rocío nocturno que una mano mágica ordeñó de una nube que pasaba.
Todas estas formas se unen –se hacen visibles, perceptibles y tangibles –en una mujer, no en la idea misma. Nos encanta el señuelo de la forma, y la imaginación se dedica a discernir qué es lo misterioso y maravilloso dentro de ella. En cuanto a las almas, se conocen e intiman con sus forma resplandecientes por medio de sus esencias. Puedes no estar de acuerdo con lo que un cuerpo le dice al otro, entonces te vas a lo transparente y te deslizas por cuerpos llenos de agua, armonía y música. El amor cambia, transforma y es impermeable a las identificaciones. Ha sido embargado de tal forma que a la infatuación se le confunde con la iluminación. Es lo que tú no sabes, y sabe que no lo sabes. Es terminar el significado con un no-significado, debido a la exagerada tendencia a dar las cosas por sentado y desperdiciar su presencia. Se resiste a la repetición y niega la necesidad de sanar el aire con color. De lo contrario puede convertirse en un matrimonio donde corregir las afirmaciones del otro sustituye la improvisación de la poesía, de la que el amor respira. La prosa de las tareas domésticas no conduce a mantener frescas dos peras sobre una charola de mármol o a provocar que lo desconocido le cierre el paso a lo conocido. Debe de haber un secreto. Debe de haber un continuo secreto para que el amor siga siendo sorpresa y regalo. Así que no abras el armario que guarda los secretos de la naturaleza del otro.
Si la infatuación se apaga, poco a poco, el amor deriva hacia la luz de la amistad. Le dices a ella: Qué hermosa es nuestra amistad, envejecer juntos y apoyarnos uno en el otro, y sentir compasión por el otro en un hogar para ancianos cuando perdamos la memoria. Pero yo prefiero apoyarme en mi bastón y no en ti. No quiero ver a Romeo y Julieta, o a Qays y Layla envejecer antes que yo. El amor tiene una fecha de expiración, como la vida, la comida enlatada y las medicinas. Prefiero que el amor se colapse de un paro cardiaco en la cumbre del deseo y la infatuación, como un caballo que se desbarranca hacia el abismo.
Te pregunté: ¿Quién es ella?
Respondiste: Ella es tantas ellas que ni yo misma la conozco. Ella y no ella. Ella y sus personajes. Cuando se juntan en un poema, de ahí surgen varias fuentes, busca la satisfacción que no puede ser satisfecha, la mueve un llamado que nos abruma sin darnos cuenta de que todavía está por llegar, y por una sed renovada después de la primavera. Ella y no ella; ella está presente y ausente, es como si su presencia contuviera mi ausencia, y su ausencia llevara consigo la presencia de los detalles. Pero se mueve con tantos nombres que es imposible saber si ella es ella, o una de las mujeres que han inventado mi imaginación y mis deseos mercúricos. Parece que es una invención, porque nunca confundo los nombres. Nunca la llamo con otro nombre, mismo que he olvidado porque lo usé muy pocas veces.
Te pregunté: ¿Entonces sabes amar?
Me sorprendió cuando dijiste: ¿Qué es el amor? Como si yo nunca hubiese amado, excepto cuando imaginé que estaba enamorado. Así como me conmuevo por una mano que se despide por la ventana de un tren –quizás no se despedían de mí –, acepto la despedida y la beso mientras se aleja. O cuando veo a una chica esperando a alguien a la entrada del cine y me imagino que yo soy ese alguien y que me siento a un lado de ella y me veo con ella en la pantalla mientras pasan una escena romántica. No me importa si el final de la película me deja triste o contento, porque la busco en lo que sigue después del final. No la encuentro a mi lado después de que cae el telón.
Te pregunté: ¿Amiga, estabas actuando?
Dijiste: Solía inventar el amor cuando era necesario. Cuando caminaba sola por la orilla del río. O cada vez que los niveles de sal subieran en mi cuerpo, inventaba el río.
***Traducción de In the presence of absence de Mahmoud Darwish, publicado en inglés https://pen.org/poetry-nonfiction/presence-absence